El encanto de las historias de amor, en la gran pantalla está en venderle al público la ilusión de que mientras la película dure, el amor sí puede consumarse, y que, tras los créditos el idilio será imperecedero. Muchos desean, de algún modo, verse reflejado en ese romance ideal, perfecto; cuando, precisamente, el amor es, por naturaleza humana: imperfecto. Triste San Valentín plasma esa imperfección de los afectos como pocas películas. En su metraje, somos testigos del génesis y la decadencia de una relación, con todos sus detalles íntimos y sentidos.
La pareja protagonista se conoce, descubre, fascina, comprende, decepciona, hastía y confiesa, todo esto en un impecable juego de espejos. El director Derek Cianfrance sabe que no requiere de terceros o de rebuscados conflictos para indagar y dar cuenta de la inconstancia de los sentimientos. No hay artilugios de por medio. A los pocos minutos de iniciado el filme sabemos que este hogar está por quebrarse; solo es cuestión de esperar. En ese sentido, este drama indie dosifica sabiamente su estructura fragmentada para conmover genuinamente, viñetas que se contraponen para devastar emocionalmente al espectador. Al final de la proyección, tenemos la certeza que aquello que vimos no fue enteramente una historia de amor, sino, más bien, sobre el amor, pero narrada con realismo y honestidad brutal que es de agradecer -aunque por dentro no podamos dejar de sentir algo de melancolía y tristeza por lo que no fue o, mejor dicho, pudo seguir siendo-. Triste San Valentínpodría ser entonces el retrato documental de la crisis de muchas de las relaciones de nuestros días.
BLUE VALENTINE (Estados Unidos, 2010)
Dirección: Derek Cianfrance
Guión: Derek Cianfrance, Cami Delavigne, Joey Curtis
Protagonistas: Ryan Gosling, Michelle Williams
Duración: 114 minutos