Resulta curioso que mientras Hugo Chávez agonizaba se haya estado gestando una película como “Pelo malo”, y afirmo esto pues detrás de la anécdota que narra la historia hay una férrea posición política que posiblemente pase desapercibido para el gran público. Aquello no sería extraño, pues tener a un niño protagonista, de indudable carisma como Samuel Lange Zambrano es como tener asegurado medio boleto al éxito. Junior es un niño que tiene el pelo rizado, y en su opinión lo tiene “malo”, entonces lo quiere alizar para la foto de anuario de la escuela. Este detalle menor que podría resultar insignificante para cualquier madre, le crea un verdadero conflicto con ella. Y es precisamente este enfrentamiento madre / hijo la parte medular de “Pelo malo” por donde discurren todas las virtudes de lo que vendría a ser, sin duda, el mejor trabajo realizado hasta el día de hoy por la cineasta venezolana Mariana Rondón. Lo anterior realizado por Rondón no permitía abrigar esperanzas de que pudiera ofrecernos alguna película notable y sin embargo, la cinta que nos ocupa sí que lo es.
Si por un lado tenemos al niño que quiere cumplir su deseo de retratarse, o mejor dicho de tener la imagen de sí que pretende, al otro tenemos a Marta, una madre soltera -viuda para ser más exactos- que a duras penas y que es presa de abusos laborales para poder mantener a Junior y un pequeño bebe. La madre vuelca todos los prejuicios posibles sobre la terquedad de Junior de corregir su cabellera, que para ella no solo es sinónimo de rebeldía, sino de una incipiente homosexualidad que está “trastornando” a su hijo. Lo lleva al médico y este afirma que no tiene nada, que lo que necesita es tener cerca una figura paterna, entonces pasa a lo siguiente -y algo más temerario- que es instalar en su precoz mente el concepto de lo que es para ella ser varonil: tener relaciones sexuales frente a él para “reeducarlo”. Y para completar el triángulo convulso, tenemos a la abuela, que tras haber perdido a su hijo desea “comprar” a Junior para que la acompañe en su vejez. Estamos pues frente a un exhaustivo mosaico de las miserias y traumas que aquejan a la sociedad venezolana actual, con todo ese conservadurismo de pacotilla que es perfectamente extensible a toda nuestra Latinoamérica. La metáfora de Rondón funciona a la perfección, ya que es confrontacional y descarnada cuando hay que serlo; y sensible y sutil como para identificarnos con este pequeño revolucionario que se resiste y defiende a ultranza sus ideas distintas.
“Pelo malo” tiene pues un evidente costado incómodo y corrosivo; y es el reverso de todo lo encantador que supone que el niño se aprenda de memoria y bailotee la canción “Mi limón, mi limonero”. Sería pues la historia de Junior, un pequeño de nueve años que es maltratado con brutalidad por su progenitora por tener pensamientos “incorrectos”, por luchar por sus anhelos; y el agridulce final resume el inmenso amor que siente por su madre, ya que solo por ella es capaz de sacrificar todo lo que considera realmente importante. En definitiva, valentía del cine bolivariano que no habíamos apreciado hasta ahora.