Antofacine, el certamen cinematográfico de Antofagasta, finalizó con un saldo muy provechoso. Más de 70 exhibiciones en cinco días, con sedes en Antofagasta, Calama, San Pedro de Atacama y Mejillones. Países tan distantes como Alemania, España, Corea del Sur, Canadá, Suiza. Otros más cercanos como Colombia, Argentina, México. Y por supuesto: Perú, el invitado de honor de este año, ofrecieron al espectador antofa una interesante muestra de su producción cinematográfica.
Sin embargo lo más valioso de todo festival, está en lo que genera en favor del ciudadano local, a través de actividades más allá de la sala de cine. Repasemos: Seminario Integrado de Actuación a cargo de Roberto Matus, Workshop «Del guión a la locación» dirigido por Horacio Donoso (locacionista de Una mujer fantástica), Panorama de industria junto a Bettina Bettati; charla sobre la Descentralización Audiovisual con Beatriz Rosselot, Sesiones de Cortos Lab junto al cineasta Alejandro Ugarte, y la Residencia Laboratorio de Creación «Mirando el territorio», dirigido por el realizador Christopher Murray, que al final del festival, proyectó su cosecha, cuatro atractivos cortometrajes producidos íntegramente por jóvenes de la región.
La séptima edición del Festival Internacional Antofacine 2018 se realizó del 16 al 20 de noviembre, y por primera vez contempló trabajos de ficción. La dirección, desde sus inicios, está a cargo de Francisca Fonseca y en el grupo de programadores destacan Cecilia Barrionuevo y Marcelo Alderete, ambos del Festival de Mar del Plata.
El jurado de «Nuevos Lenguajes» estuvo integrado por la editora chilena Coti Donoso (Tierra sola), la crítica argentina Josefina Sartora y el director Christopher Murray (El Cristo ciego) entregó el trofeo Chango como mejor película a El silencio es un cuerpo que cae, de Agustina Comedi (Argentina).
Lembro mais dos corvos, del brasilero Gustavo Vinagre fue la triunfadora de la competencia internacional. El jurado integrado por el programador de Docslisboa Miguel Ribeiro, la actriz chilena Catalina Saavedra (La nana, Las niñas Quispe), y la gestora cultural Marianne Mayer-Beckh, se inclinó por ella «por la justicia a la cinematografía de volver a la potencia narrativa a través de un solo personaje en un solo espacio. Por el coraje de una mujer y su resistencia amparada a través de las películas».
Asimismo «por el sensible acercamiento de la autora con su personaje y registros encontrados para construir un emotivo e importante relato femenino» otorgaron una mención especial a Ainhoa, yo no soy esa de Carolina Astudillo (España – Chile).
Catorce trabajos de corta duración fueron evaluados por la actriz Gabriela Arancibia, la productora Rocío Romero y el realizador peruano Daniel Vega (Octubre, El mudo). «Por la sutileza narrativa y actuaciones coherentes que se ponen al servicio de una historia difícil de contar» decidieron premiar con el trofeo Chango a El verano del león eléctrico de Diego Céspedes (Chile).
Este año participé en el jurado de largometraje nacional, que incluyó un grupo de seis producciones que venían precedidas de auspiciosos comentarios, entre ellos La casa lobo, de los directores Cristóbal León y Joaquín Cociña, que desde su estreno en la Berlinale no cesaba de recibir elogios. En Antofacine 2018 se alzó con el Premio del Público, sin embargo para quien escribe la decepción fue mayúscula.
El jurado se completó con la creadora y directora de Cine+Video Indigena Alicia Herrera y la cineasta correntina Clarisa Navas, quien el año pasado triunfó en este mismo certamen con Hoy partido a las 3.
«Por traer al presente un hecho de violencia de género aún no esclarecido. Esta ópera prima destaca por el cuidado trabajo en la puesta en escena, la dirección de actores, el manejo interno del tiempo y sutil empleo de lo no dicho», la mención especial fue para Enigma, auspicio debut del chileno Ignacio Juricic.
La película nos traslada al Chile de los años ‘90. Nancy, una peluquera, es contactada por un programa de televisión para hablar del crimen de su hija Sandra, una joven lesbiana asesinada a golpes y que a ocho años de la tragedia aún no tiene culpables.
Finalmente se premió de forma unámine a la excelente Las cruces de Teresa Arredondo y Carlos Vásquez. «Por la importancia en rescatar la historia de un genocidio local, trascendente y de relación universal con la desaparición de cuerpos. El documental a través de procedimientos honestos, de una materialidad fílmica en coherencia con el problema que aborda, construye un relato con voces en off y de archivo que interpelan y forman imágenes de suma potencia»
Al final de cuentas, me queda la certeza que en el Antofacine se apuesta sobretodo por la educación. Desde los pequeños que iban animosos a la funciones matinales, a los jóvenes entusiastas que vieron proyectado en la sesión de clausura y premiación, el fruto del arduo trabajo realizado precisamente mientras unos veíamos películas.
Felicito la constancia del equipo organizador por ofrecer al espectador local una cuidada selección de películas. Uno puede discrepar si le gustó o no, pero el público debe tener la oportunidad de apreciarlas en la pantalla grande. El desafío es mayor, si se realiza un festival y todo lo que ello implica, en una ciudad donde no hay escuelas de cine. La ambiciosa tarea autoimpuesta por democratizar y fomentar una genuina cinefilia.
Larga vida al renovado Antofacine, y gracias por todo.