18° FESTIVAL DE LIMA: Las horas muertas

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Una de las mayores sorpresas del pasado Festival de Cine de Morelia, por fin se puede ver en el marco de la edición 18 del Festival de Cine de Lima y, lástima, fuera de la competencia oficial. La segunda película de Aarón Fernández Lesur cuenta una historia, en apariencia sencilla: Sebastián, un joven de 17 años tiene que cuidar por una breve temporada el motel de su tío, un establecimiento de diez habitaciones que suele convocar a amantes ocasionales que requieren de un lugar discreto a las afueras de la ciudad, al lado de una perdida autopista.

Ahí donde la lujuria y la pasión se dan cita las veinticuatro horas, sería el lugar menos pensado donde podría suceder una tierna historia del primer amor. Fernández Lesur no lo piensa así, y Veracruz es la locación escogida y como pareja femenina de su relato, construye el personaje de Miranda, una corredora de inmuebles de 35 años, que es a su vez amante de Mario, un hombre casado. Las complicaciones horarias hacen que Mario y Miranda no concreten sus citas y las tardanzas sean una constante. Justamente en estas «horas muertas», Sebastián conoce a Miranda, y entre ellos surge una amistad que no tiene nada de pasajero.

Son estos momentos de ocio, de ensoñación, en los que aparentemente no está pasando nada, donde puede suceder algo ciertamente ilusorio. La amistad entre dos perfectos extraños que se decanta hacia una imposible atracción física. El cineasta mexicano Aarón Fernández Lesur expone con decidida naturalidad el paso del tiempo, y por ende el tedio de estos parajes donde pasa todo y nada. Donde sus habitantes están condenados de vivir, trabajar o transitar por ellos. Allí nadie está por voluntad propia. Es ese costado forzoso el que refuerza la idea de encierro a pesar de estar en un paradisíaco paraje costero. El registro naturalista, también presente en desempeño actoral, no hace más que sumarle elogios a una película que se disfruta a partir de la simpleza y la sensualidad que nos ofrece.

La atracción erótica entre ambos protagonistas es iniciática, sentimental y de aprendizaje mutuo. Sebastián y Miranda son consientes que el tiempo no les favorece, no tienen motivos para pensar en el mañana y sin embargo, dan ese paso adelante, para crecer por un lado, para sanarse por el otro y ambos, seguramente, para aminorar la soledad que los consume.

Las horas muertas resulta interesante por el cúmulo de detalles que ofrece al espectador, muchos de ellos en apariencia banales pero que luego adquieren su justa dimensión. Todo en ella está justificado, cada pincelada de este sentido fresco de perturbadora belleza tiene una razón de ser. Al final el espectador -si observa con la suficiente atención- sin duda disfrutará de una película que bajo la aparenten simpleza de su argumento, posee un entramado de emociones complejo y subyugante.