CRÓNICA MICHOACANA: 10° FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MORELIA

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Del 3 al 11 de noviembre del 2012 se llevó a cabo el X Festival Internacional de Cine, un certamen que se autoimpuesto una obligación, breve y tajante: la de ser el escaparate fundamental del cine mexicano, traer invitados de calidad, traer buen cine internacional y ofrecérselo a la gente.

Solo cuando uno se instala en el centro histórico de esta bella ciudad y revisa la grilla de la  programación puede darse cuenta que lo que intuía era cierto: estamos frente a un buen festival, no puedo afirmar que sea el más importante de todo el país; probablemente lo sea pero su marca distintiva -la de ofrecer una competencia mexicana compuesta solo por primeros o segundos trabajos- es un rasgo que lo distingue sobre los tantos otros que se producen en el país. Ello fue fundamental para querer ser parte de una edición que supuse iba a ser especial: la número diez.

Los primeros días de noviembre esta colonial ciudad, capital del estado de Michoacán, vivió una verdadera fiebre festivalera, llegan cinéfilos de distintos puntos del país, y algunos de mucho más allá y el Cinépolis Centro se convierte en la base de operaciones de cientos de personas que se disputan desde tempranas horas una boleto de entrada para apreciar la galardonada cinta de Michael Haneke o el más reciente triunfo del cine rumano (Beyond the Hills de Cristian Mungiu). Y es que poco importa que una copiosa lluvia cuando lo que más interesa está sucediendo en  el perímetro de seis u ocho calles. Es precisamente esa accesibilidad, que vaya donde vaya uno siempre está flanqueado por cuidados edificios históricos, calles empedradas y floridos parques, otro de los ingredientes  que aumentaba aún más mis expectativas sobre lo que estaba por venir.

Como había sido una constante en anteriores, la película inaugural corría a cuenta de una producción de trascendencia para el cine azteca, en los últimos años este privilegio había sido de Biutiful y Una vida mejor, y este 2012, fue el turno de No, del  director chileno Pablo Larraín. Además de estar protagonizada por Gael García Bernal, esta película cuenta con el apoyo de la productora Canana, propiedad de los charolastras: Diego Luna y García Bernal y el productor Pablo Cruz. Razón más que suficiente para que abriera el festival, con toda la maquinaria publicitaria a su servicio y ya fuimos testigos de lo que finalmente logró, una nominación al premio Oscar en el rubro de mejor película extranjera. No salí muy entusiasmado de aquella primera visión de No especialmente por la propuesta formal y estética en la que se pareciera regodearse Larraín, que curiosamente sintoniza perfectamente con el producto publicitario que refleja y es al mismo tiempo, pero lo que no puedo dejar de reconocer la atinada decisión de elegirla, pues era la película latinoamericana que dará mucho que hablar en los siguientes meses.

Dejando de lado la película que abre todo festival, que muchas de las veces, no es una cinta para descubrir o fascinarse, ya estaba listo para sumergirme en lo que realmente sí me interesaba: la sección mexicana. Aquí es importante mencionar que esta sección oficial se encuentra dividida tanto en cortos y largometrajes, así como también se premia a las mejores producciones del estado de Michoacán. Esto reafirma la vocación de este Festival, y ese prestigio que se ha ganado a pulso, de descubrir películas de una manufactura independiente y otorgándole, solo a algunos, la ansiada visibilidad a nivel internacional, al poder participar en importantes festivales europeos.

Nueve fueron las películas dentro la sección oficial y entre ellas podía reconocer a una cineasta de una enorme valía a pesar de solo contar con dos trabajos previos: Yulene Olaizola. Algún lector avizor se habrá preguntado cómo es posible que esté incluida en una competencia reservada para primera y segundas obras si este es su tercer trabajo. La respuesta es sencilla -y digna de causar sorpresa- se trata de su segundo trabajo de ficción… Dejando esta anécdota de lado, diré que se trató de la película más sólida de toda la sección, de un altísimo nivel que literalmente estaba por encima de toda la competencia, basándose en el hecho histórico de la política de reubicación de pequeñas comunidades que el estado canadiense ejerció hace ya varias décadas en la isla de Fogo, Olaizola actualiza la idea y la radicaliza a nuestros días, así el aislamiento y el deterioro de unos personajes que se resisten a dejar sus hogares adquiere resonancias apocalípticas. Fogo es una cinta ambiciosa y cautivante, ese tipo de películas que te deja  perplejo por ese afán incesante de encontrar el encuadre perfecto que pueda suplir lo que las palabras jamás podrían expresar, y vaya que lo consiguió. No podemos estar más de acuerdo con lo que la misma directora afirmó tras la proyección: “esta es mi mejor película, creo que es la más compleja”.

Contra el pronóstico de cierto sector de la crítica, la ganadora de esta sección fue No quiero dormir sola de la debutante Natalia Beristain, esta cineasta de 31 años, descendiente de una familia totalmente ligada al séptimo arte, entre los cuales se incluye a su abuela, la destacada actriz Dolores Beristain, precisamente de aquellos recuerdos con ella, mientras vivió sus últimos años en el asilo de ancianos de la Asociación Nacional de Actores (ANDA) es que se inspiró para darle forma al argumento de su primera película. Amanda (Mariana Gajá), es una treintañera a la que le cuesta trabajo dormir sola y por ello convoca a ocasionales amantes para que le hagan compañía; pero todo cambia cuando su abuela (Adriana Roel), una ex actriz, ahora alcohólica, tiene que ser trasladada a un asilo puesto que  ya no está en condiciones de valerse por sí misma. Beristain apuesta por contar una historia tradicional y dejando el peso de toda la película en la pareja protagónica, lo que obviamente es una oportunidad soñada para el lucimiento de cualquier actor. Todo estaría bien, si al menos, la historia tuviera algún filón original o un arrebato de creatividad que la alejara del cauce tan predecible en el que se sumerge apenas inicias. Un cine de buenas intenciones, de una cansina reflexión sobre el abandono y la valía de la tercera edad, es decir moralejas por doquier pero eso sí, muy bien actuadas. Por ello no era extraño, que en suelo patrio se replicara y exacerbara -en mi opinión-  aquellas críticas favorables que obtuvo en su estreno mundial en el pasado Festival de Venecia.

La que en cambio, considero fue la mayor, la película más fresca de toda esta sección es Rezeta, que alude al nombre de una modelo nacida en Kosovo que llega a la ciudad de México para explotar su belleza en aquella competitiva profesión. Al inicio todo daba indicios que todo sería cuesta abajo, pues se cuenta las primeras incursiones de la bella modelo en territorio chilango y como es lógico uno esperaría que venga el tradicional choque cultural, obviamente infestado de la consabida banalidad y desfile de reconocibles clichés de esta parte del planeta, pero lo que cineasta Luis Fernando Frías hace es modular el tono de la historia -que a veces es comedia y otras melodrama- a partir de un sólido guión que les permite a los personajes transmitir el realismo necesario para que podamos compenetrarnos con este relato de amistad / amor, quizá el humanizar a la modelo sea el logro mayor de la película; y de paso reconocerlos (y no sentirse invadidos) por los escenarios en los que transcurre la historia: Polanco o Colonia Roma, que aquí se perciben como los lugares turísticos que son pero despojados de toda clase de estereotipos que se les pueda achacar.

En el otro extremo por considerarse la propuesta más extraña, ubicamos a Halley, ópera prima de Sebastián Hoffman que relata la historia de Beto, un vigilante nocturno de un gimnasio de 24 horas de la colonia Roma, quien sufre un raro padecimiento, en el que su cuerpo se va cayendo a pedazos, así como se lee, una condición degenerativa que lo lleva a la putrefacción y, con lo cual debe luchar diariamente y como es lógico lo condena al aislamiento. Lo que en una primera instancia nos remite al universo del maestro Cronenberg, transita luego por el de George A. Romero por el tema del zombie pero con la diferencia que en este caso, se trata de uno que es consciente que está atravesando una diaria descomposición. Hoffman plantea su película en estos dos senderos: el muerto viviente y la putrefacción como metáfora de nuestra propia mortalidad o la decadencia de la nuestra sociedad. Si su objetivo es que transmitir esta metáfora, esta se encuentra tan profusamente subrayada, que a menudo se pierde el norte del devenir de su personaje central. Esto no desacredita para nada, al actor Alberto Trujillo, quien destaca tremendamente en su composición de este cadáver andante, pero está mayormente destinado a la contemplación y a contados estallidos de violencia que ciertamente hacen que Halley sea una película que cuesta mucho ver, las automutilaciones y los desmembramientos ponen la cuota macabra que podría funcionar mejor si se tratara de un filme de horror y no lo que es en realidad, un filme contemplativo sobre la mortalidad de nuestra especie, reflejado de la manera más epidérmica posible. Igual no puedo evitar felicitar el atrevimiento de Sebastián Hoffman en haber realizado la película que tenía en mente, y no ablandarse ni pensar en la censura que sin duda vendrá a la hora -si es que llega- de su exhibición comercial.

Las lágrimas es una película corta (de apenas 63 minutos) que evidencia el talento de su realizador -el todavía estudiante del Centro de Capacitación Cinematográfica- Pablo Delgado. Lo que es sin duda un trabajo de fin de curso alcanza cotas de sensibilidad, que permiten  abrigar unas, más que justificadas, esperanzas sobre lo que pueda realizar posteriormente. En la película que nos ocupa reflexiona sobre una fracturada familia y los estadíos de odios, culpas y reconciliación que deben atravesar, los dos hermanos en conflicto. Delgado es muy consciente del delicado material con el que está trabajando, lo afronta primero guardando una saludable objetividad acerca de sus personajes, para así delinear una dinámica narrativa que no busca apegarse estrictamente a un guión, sino a lo que resulta ser más justo –es decir: emociones que es lo que aquí debe primar- que no es otra cosa que reflejar el devenir, la evolución orgánica, si cabe la palabra, de aquellos traumas que quiere resolver. El desenlace ciertamente es precipitado pero esto no se trae abajo todo el conjunto de esta auspiciosa opera prima.

Las otras cuatro películas que completaron la sección fueron: Taú de Daniel Castro Zimbrón, un afiebrado tratado sobre la culpa con desviaciones hacia lo místico y metafísico que lo hace aún más moroso e inatendible; I hate love de Humberto Hinojosa es una desperdiciada oportunidad de contar una creíble historia sobre adolescentes, en cambio aquí  todo es trillado, esquemático y tan pulcramente filmado que me trae a la memoria las cintas juveniles de Fernando Sariñana; No hay nadie afuera del jaliciense Haroldo Fajardo, al no apegarse a la tradicional narrativa y tender más hacia la trasgresión, es curiosamente la que mejor ha retratado a la adolescencia este año en Morelia. Solo por ese ánimo de experimentar es la única que merece ser rescatada de este grupo. Y para el final dejo a Restos de Alfonso Pineda Ulloa, que hace honor a su nombre pues lo que vimos en pantalla grande pareciera ser lo que quedo de un estrepitoso choque de estilos e influencias, que van del thriller policial al folletín telenovelesco, sin ton ni son. Lo que no tiene ninguna justificación es que una producción cada cierto tramo cae en el ridículo y en la caricatura haya llegado a figurar en la competencia oficial de este festival quitándole el lugar a cualquier otra que bien pudiera merecerlo.

Tras ver todos los trabajos de largometraje ficción en competencia, por cuestión de tiempo decidí ir a lo seguro en el rubro documental, así que solo vi dos de las catorce que estaban en competencia: Inori (Pedro González-Rubio) y Mitote (Eugenio Polgovsky).  Las dos primeras películas de González-Rubio (Toro Negro y Alamar) ganaron premios aquí y esta tercera continuó con el mismo afortunado destino. Inori nos traslada a la prefectura de Nara, poblado casi en su mayoría por ancianos, en el lejano Japón. Ahí somos partícipes del ciclo de la vida en su más estricta acepción, el tiempo y los actos / ritos cotidianos adquieren bajo el lente de Pedro González-Rubio una insospechada belleza que es solo el primer plano de esos invisibles dramas que viven estas personas; tras ese filón exótico que está íntimamente ligado a los pueblo del país del sol naciente se esconden reflexiones, opiniones que merecen ser escuchadas y asumidas pero ello exige cierta atención / concentración por parte del espectador para descifrar esta poética paisajística, la cual ha sabido el cineasta trabajar con mayor sutileza que en Alamar. Mitote, como bien dice su título se refiere al bullicio y al desorden, especialmente a aquel que se vive diariamente en el Zócalo de la Ciudad de México, un espacio surrealista donde convergen todas las etnias, todos los pueblos que componen al ciudadano mexicano de hoy, y en el cual expresan libremente todo lo que guardan dentro, aquel dolor acumulado y escondido desde hace mucho tiempo. Eugenio Polgovsky despoja al Zócalo, de ese cliché de lugar turístico donde uno puede encontrar la Catedral y demás edificaciones para otorgarle la condición de escenario clínico donde se puede realizar la más cruda radiografía del México actual, de quienes despotrican de la política actual, de la religión, del maltrato a los indígenas, para todos aquellos temas traumáticos hay espacio en este inmenso zócalo, que es el retrato de los muchos pueblos que todavía en estos días viven la ficción de ser una única nación. Dicha ilusión también puede ser extrapolada a varios países de la región, y el resultado será, desgraciadamente, el mismo.

Fuera de concurso me animé a ver tres títulos mexicanos que tenían interés por diversos motivos, el cineasta, el hecho histórico y el libro en cual está basado y ellas eran: Los mejores temas (Nicolás Pereda), Tlatelolco, el verano del 68 (Carlos Bolado) y La vida precoz y breve de Sabina Rivas (Luis Mandoki), respectivamente. Nicolás Pereda es habitué de Morelia, aquí premiaron su opera prima, ¿Dónde están sus historias? y con regularidad sus películas son exhibidas en este certamen. Los mejores temas tuvo una única función, el estreno mexicano tras su exhibición en el Festival de Locarno. Pereda asume en su más reciente trabajo la representación actoral como tema de fondo  y la desmantela en el transcurso de su relato. La historia es sencilla: Gabino y su madre, abandonados hace quince años por Emilio, el padre, ven el regreso de este con incredulidad. Luego de un par día deciden echarlo de la casa pero se percatan que él ya se ha ido de propia iniciativa. Días después Gabino sale en su búsqueda, lo encuentra y pasa con él un par de días en su departamento. Esto es lo que sucede en una premisa argumental que luego es trastocada, desmontada, des-ficcionada para aparecer luego solo los actores e iniciar un lúdico e interesantísimo juego acerca de la capacidad de los intérpretes de asumir con sus propios roles, incluso la voz del director también cuestiona las motivaciones del ya fracturado cast: el padre de la ficción (que en realidad es el padre del actor que representa a Gabino, es decir Gabino Rodríguez) es reemplazado por un verdadero actor, y Gabino, el actor, empieza a entender su propio rol a partir de los ensayos con su madre en la ficción, por solo dar dos ejemplos. Toda esta fusión estructural que ostenta Los mejores temas es en una primera instancia la crisis de la familia que vemos representada frente a una cámara / espejo que nos devuelve el reflejo de otra crisis, la del tejido de una ficción que de un momento a otro se desmorona, entonces somos testigos privilegiados (como si estuviéramos frente a un making off) de las costuras que estos profesionales tienen que realizar en todo proceso de creación actoral. Tlatelolco, el verano del 68, en cambio, es la representación libérrima y vergonzosa de los hechos que sucedieron alrededor de la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968, escribo vergonzosa puesto que para tratar un tema tan delicado para la memoria de una nación, no basta con insertar un edulcorado romance –al estilo de Titanic– para convocar a las jóvenes audiencias y así inculcarles sobre lo que realmente paso aquel año en México. Luego de ver esta película uno no puede evitar pensar que es lo ha sucedido para que Carlos Bolado que había demostrado solvencia y sabiduría en la dirección con sus filmes Baja California: el límite del tiempo y Promises, para que nos entregue un producto tan absurdo y cuya una única ambición pareciera ser el llenar las arcas de los multicines. Hay un evidente desgano, una falta de compromiso que resulta indiscutible desde la misma concepción de los personajes centrales; por ejemplo, la representación del expresidente Gustavo Díaz Ordaz, a cargo del siempre solvente actor Roberto Sosa que aquí luce impostado y caricaturizado al extremo, que más que darle seriedad al asunto provoca risas en el auditorio. En resumidas cuentas, la ficción mexicana tendrá que esperar no sé cuantos años más para que vea representada como se debe, un tema sensible que todavía mantiene su punto más alto en la película Rojo Amanecer del maestro Jorge Fons, que por cierto cumple hace veinticinco años este 2013. Siempre interesa ver el estado actual de la industria, de las películas de gran presupuesto que se producen en cada uno de los países que alberga un festival de cine y que contadas veces traspasan sus fronteras. La película que se inscribía en ese rubro y de inminente estreno por aquel entonces, era La vida precoz y breve de Sabina Rivas del ya veterano director Luis Mandoki y también está el hecho de que se trate de la  adaptación del «best-seller», obra  del desaparecido escritor Rafael Ramírez Heredia «La Mara», que tuvo gran repercusión y vendió más de 300 000 ejemplares, lo que de inmediato la convirtió en una novela de culto.  Lástima que todo en la película es una exhibición mecánica y creciente de las desgracias que aquejan a la protagonista, la adolescente meretriz del título, y más bien no involucra, ni profundiza en cada uno de los temas de la novela, por ejemplo la referida a la pandilla de La Mara Salvatrucha, y para dejar clara mi posición nombraré otra cinta que sí se centró y sumergió en la idiosincrasia de este grupo violento: Sin nombre. Es innegable que Luis Mandoki, sabe articular una narración cinematográfica y dotarla a sus historias de un ritmo que nunca decae, logrando que la duración de la película se torne breve. Después que la película tenga alguna trascendencia, eso ya es otro asunto.

Entre los estrenos internacionales destacaron varios títulos galardonados y que han sido programados en importantes festivales europeos  y por lo tanto eran imperdibles en mi agenda: The Master (Paul Thomas Anderson), Amor (Michael Haneke), Barbara (Christian Petzold), Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloud), Beast of the Southern Wild (Behn Zeitlin), Gebo y la Sombra (Manoel de Oliveira), In Another Country (Hong Sang-Soo), La caza (Thomas Vinterberg) y Metal y hueso (Jacques Audiard). Tuve que dejar algunos otros títulos para atender algo que me era realmente impostergable, una sección de nombre: México Imaginario, que fue idea, hace ya varios años, del director francés Bertrand Tavernier, invitado especial en aquel entonces que consistía en exhibir una serie de títulos que rescataran la mirada de México por directores extranjeros. Este año esta sección estuvo dedicada al trabajo de Sam Peckinpah en suelo mexicano y fueron exhibidos cuatro de sus títulos en copias de 35mm: La Pandilla Salvaje, La Huída, Pat Garret y Billy de Kid y la magnífica Tráiganme la cabeza de Alfredo García, todo un disfrute pues jamás la había visto antes, y la presencia de la mismísima actriz Isela Vargas, fue un más que atractivo bonus track.

A una lista de invitados internacionales como Geraldine Chaplin, Olivier Assayas -a quien dedicaron una retrospectiva-, Sally Potter, que acompañó su más reciente filme Ginger & Rosa, las ganadoras del reciente premio Cannes a mejor actriz: Cosmina Stratan y Cristina Flutur protagonistas de Beyond the Hills se sumó un autor de talla indiscutible, como lo es el director iraní Abbas Kiarostami.  Aquella conferencia magistral que dictó ante un reducido auditorio fue el pináculo de un festival de cine que sin ninguna duda pretende ser de primer orden.